lunes, 19 de noviembre de 2007

Marrakech

Hace unos días estuve en Marrakech. Aprovechamos el viaje para ir al desierto. De visita, claro. Un día de viaje de ida, una noche en el desierto (¿era aquello el desierto o un parque temático para turistas con el desierto como tema?) y otro día de vuelta. Ese viaje de ida y vuelta fue, con mucho, lo más interesante del viaje. Nos permitió adentrarnos en el Tercer Mundo, ver el Marruecos profundo, el que no sale en las guías.

Cuando tú, turista europeo occidental con tu cartera llena de dirhams, euros y tarjetas de crédito, llegas a un pueblo donde, al verte, acuden corriendo veinte o treinta niños a pedirte lo que sea (comida, un boli, ropa, dinero, agua, etc.) y ves que esos niños están tristes y tienen hambre, te das cuenta que tus problemas de europeo occidental son una auténtica mierda al lado de los suyos. Los suyos son problemas de supervivencia, los nuestros no suelen ser de nada. Nos debería dar vergüenza considerar que tenemos un problema cuando nos vemos apurados de dinero y nos proponemos salir menos de cañas. Nos debería dar vergüenza no exigir a nuestros gobernantes que destinen los esfuerzos y el dinero necesario para acabar con el hambre, si no ya, al menos en un plazo razonable. Nos debería dar vergüenza cuando escuchamos a alguien decir que Europa tiene un problema por la masiva llegada de inmigrantes. ¿De verdad que el problema lo tenemos nosotros? Quien lo diría.

Una última reflexión. Es indudable: mientras tres de cuatro habitantes de la Tierra pasen hambre y calamidades, las ideologías que apuestan por la Justicia Social y por apoyar a los más desfavorecidos están más vigentes que nunca. Esperemos que abandonen por un momento la óptica nacional y se embarquen en la perspectiva global. Esos niños se lo agradecerán.

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